La última visión de Oliver
Cuando retiré la manta del escuálido cuerpo, noté su mirada de espanto extremo, incesante. Había sido una muerte rápida y terrible, producto de una fuerte impresión. Seguro vio algo: se percibe en la abertura de los ojos, en el iris totalmente expuesto. Le di la espalda para preparar el trabajo y me sobresaltó un ruido súbito. Me encontré con el cadáver convulso, sus pieles pálidas se agitaban y aplaudían contra el piso del laboratorio, con un vigor que se fue apagando poco a poco, hasta el silencio total. Después de aquellos temblores, que gran susto me clavaron en el pecho, examiné la posición en la que había quedado el cuerpo: boca abajo, con el brazo izquierdo extendido. Supuse que en sus últimos momentos pretendía una maniobra que todos hacemos: la de girar sobre la cama para alcanzar algo a nuestra derecha. Se había ido proponiéndoselo y sin poder ejecutarla: a tal grado le había paralizado el terror. Con afán de cerrar el caso con información concluyente, llamé a casa