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Mostrando entradas de septiembre, 2018

Agua de grifo

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No volveré a beber agua del grifo. Eso seguro. Le tengo pavor a ese fluido que transita por las tuberías desde aquel incidente. Cuando vi el pañuelo de mi abuelo flotando dentro del tinaco, me invadió el recuerdo de la inundación, la que debilitó los terrenos del cementerio. El ebrio enterrador vio que los féretros habían salido a flote, y entre sus ayudantes luchó en la batalla por llevarlos a un sitio elevado. Cuando quisieron restablecerlo todo, se percataron del inconveniente. Todos estaban vacíos, deteriorados por la tormenta, sin el contenido inerte que pudiera haber sido arrastrado por una corriente. No podían llegar tan lejos los difuntos putrefactos. Los empleados esperaron a que las lluvias cesaran y buscaron sin éxito los cuerpos por el campo. Habían sido demasiados. Eso me dijo el enterrador cuando nos llamó por teléfono para informar que el abuelo se había extraviado. Me intrigó esa sombría frustración del personal del panteón. Quisieron pred

Despedida

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Nos pusimos a bailar. No nos quedaba de otra. Abrazados en silencio, dimos vueltas interminables, ya incapaces de llorar. Sabíamos que nos estábamos despidiendo. En esos minutos de horrible incertidumbre, existimos con desdén; temblamos tanto, balanceándonos, aferrados el uno al otro.   A nada más, porque nada quedaba del mundo más que nuestras consciencias vulnerables. Las Entidades se encontraban al acecho; las advertencias habían sido tantas y escasos la acción y el instinto de supervivencia. El escepticismo de la humanidad estropeó la vida días atrás. Supimos que esas ruinas eran nuestro único escondite, un refugio efímero; talvez nuestro escenario de muerte. Fue inevitable percibirlo a la distancia. Ágiles, las Entidades Acechantes reptaban hacia nuestro sitio, con un crujido peculiar en el suelo. Invisibles para nuestros ojos, tomaban forma en el ambiente y nuestra imaginación las perfilaba. Los muros sucumbieron. Se levantaron cortinas de ceniza y partí

Relatos vividos I - Fallo en la Realidad

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El cielo era de un gris luminoso, uniforme. Yo lo contemplaba pensativo, a través de la ventana, suspirando en el gozo del petricor naciente. Se agitaba el follaje de los jardines próximos; las aves comenzaban a acumularse en sus alturas. El murmullo de alas cesaba, y quedaba el silbido constante del viento. Era el proceder natural de una inminente lluvia, placentero y secuencial. Ufano, crucé los brazos planeando una tarde de café y lectura, y quizá para dormitar un poco en la despreocupación. Sin embargo, la calma vespertina se vio turbada por un evento: mis ojos se posaron en un ave peculiar. Solitaria, cruzaba el aire con resistente aleteo. Era una silueta oscura en medio de la claridad inmensa, en inconfundible trayectoria. Ambos disfrutábamos: ella la frescura y la libertad de un clima en que ya no quedaban más aves por el cielo, y yo me identificaba, admirando su capacidad de volar contra todo pronóstico. Y tras haberla seguido por unos segundos, la perdí de vis