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Mostrando entradas de 2018

La dama avasallada

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Zancadas daba la dama. Al pasar las trancas, cargaba la alhaja. Hasta cantaba al ablandar la grava, para cavar la zanja. Atascaba la pala, gran alharaca para tantas tablas. Las almas clamaban, agazapadas. Tardaba. Ya alcanzaba a captar las carcajadas. Las llamaradas saltan hasta la cara. Avara, la dama alza la alhaja, para llamar a las bajas lacras, para alabarla. Al alba, las campanadas acaparan las afanadas flamas; ya la abrasaban hasta la garganta, la acababan, avasallada. Por : Víctor C. Frías ¡Muchas Gracias por seguir este Material Literario que seguirá creciendo!, Para que el Terror continúe, te invito a visitar  otros cinco de los mejores Relatos de mi Autoría: Sonámbulo Actriz infantil Los muebles olvidados Vida usurpada Muerte en el callejón     ¡Recuerda que puedes compartirlos a través  de las redes sociales con tus amistades Lectoras!

¿Qué hacíamos en las ruinas?

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-¿Porqué no han dicho nada?... parece que no hemos llegado a la planta baja –dije a Taylor y Brook, exasperado. Yo lideraba el camino, a través de las ruinas del Centro Courtney de Enfermedades Mentales. Mis acompañantes, amistades de toda la vida, no habían hablado desde… no lo sé, pero ya llevaban rato que sólo venían detrás de mí, sin cooperar en nuestra búsqueda. “¿Búsqueda?” pensé. Había olvidado la razón por la que nos encontrábamos deambulando por ahí, sin una linterna ni abrigos. Sostenía en los brazos una caja de cartón delgada, de la que emanaba un hedor de putrefacción, y escuché un rumor de dípteros agolpándose contra ella. -¡Una ventana!, vayamos a una ventana –indiqué a quienes me seguían. Asintieron, en sombrío silencio. Les pedí ayuda para sostener uno de mis pies en sus manos, a manera de escalón. Como pude, asomé la cabeza a través de un barandal reforzado, en lo alto de una habitación acolchada. Era un atardecer, cerca de las seis y media. Un vi

La visita del monje

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Juraría que sigo escuchando el tormento de mi hermano, resonando contra el cristal del féretro. Su rostro luce horrible; los embalsamadores se esforzaron al máximo, pero no pudieron retirar los negros cabellos, que le cubrieron la cabeza para no desprenderse más… como si una sombría telaraña lo hubiera confinado hasta asfixiarlo. Su silencio me llena de espanto, más que de nostalgia. Por habernos frecuentado en sus últimos días, y haber sido yo su confidente, la situación de su partida me hiela la sangre y me satura con incómodas certezas. Jared se fue de casa demasiado joven. Quise aconsejarlo para que se moderara en sus decisiones, pero no pude disuadirlo de dejar la escuela, conseguirse dos trabajos y comenzar a alquilar aquel departamento. Las presiones a las que se sometió fueron enormes para sus escasos quince años, pero pudo sostenerse hasta el final. Aún recuerdo el día en que se marchó. Se recogió los largos cabellos negros y me abrazó con un carácter formidabl

Agua de grifo

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No volveré a beber agua del grifo. Eso seguro. Le tengo pavor a ese fluido que transita por las tuberías desde aquel incidente. Cuando vi el pañuelo de mi abuelo flotando dentro del tinaco, me invadió el recuerdo de la inundación, la que debilitó los terrenos del cementerio. El ebrio enterrador vio que los féretros habían salido a flote, y entre sus ayudantes luchó en la batalla por llevarlos a un sitio elevado. Cuando quisieron restablecerlo todo, se percataron del inconveniente. Todos estaban vacíos, deteriorados por la tormenta, sin el contenido inerte que pudiera haber sido arrastrado por una corriente. No podían llegar tan lejos los difuntos putrefactos. Los empleados esperaron a que las lluvias cesaran y buscaron sin éxito los cuerpos por el campo. Habían sido demasiados. Eso me dijo el enterrador cuando nos llamó por teléfono para informar que el abuelo se había extraviado. Me intrigó esa sombría frustración del personal del panteón. Quisieron pred

Despedida

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Nos pusimos a bailar. No nos quedaba de otra. Abrazados en silencio, dimos vueltas interminables, ya incapaces de llorar. Sabíamos que nos estábamos despidiendo. En esos minutos de horrible incertidumbre, existimos con desdén; temblamos tanto, balanceándonos, aferrados el uno al otro.   A nada más, porque nada quedaba del mundo más que nuestras consciencias vulnerables. Las Entidades se encontraban al acecho; las advertencias habían sido tantas y escasos la acción y el instinto de supervivencia. El escepticismo de la humanidad estropeó la vida días atrás. Supimos que esas ruinas eran nuestro único escondite, un refugio efímero; talvez nuestro escenario de muerte. Fue inevitable percibirlo a la distancia. Ágiles, las Entidades Acechantes reptaban hacia nuestro sitio, con un crujido peculiar en el suelo. Invisibles para nuestros ojos, tomaban forma en el ambiente y nuestra imaginación las perfilaba. Los muros sucumbieron. Se levantaron cortinas de ceniza y partí

Relatos vividos I - Fallo en la Realidad

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El cielo era de un gris luminoso, uniforme. Yo lo contemplaba pensativo, a través de la ventana, suspirando en el gozo del petricor naciente. Se agitaba el follaje de los jardines próximos; las aves comenzaban a acumularse en sus alturas. El murmullo de alas cesaba, y quedaba el silbido constante del viento. Era el proceder natural de una inminente lluvia, placentero y secuencial. Ufano, crucé los brazos planeando una tarde de café y lectura, y quizá para dormitar un poco en la despreocupación. Sin embargo, la calma vespertina se vio turbada por un evento: mis ojos se posaron en un ave peculiar. Solitaria, cruzaba el aire con resistente aleteo. Era una silueta oscura en medio de la claridad inmensa, en inconfundible trayectoria. Ambos disfrutábamos: ella la frescura y la libertad de un clima en que ya no quedaban más aves por el cielo, y yo me identificaba, admirando su capacidad de volar contra todo pronóstico. Y tras haberla seguido por unos segundos, la perdí de vis

Fulgor desde el bosque

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Seis décadas después, el peligro en el bosque aparentaba haber cesado. La extraña plaga dejó de habitar la memoria de los pueblos aledaños; ya los testigos más jóvenes habían muerto y sus descendientes vivían en paz, con la mente tranquila… hasta que apareció ese brillo, emergiendo entre los troncos profundos, y una nueva curiosidad los llamó.  Ya no había vida ahí, entre las altas copas. No se escuchaba el rumor de las cigarras ni un crujir de hojas áridas. La fauna había desaparecido en esos terrenos siniestros, y nadie se había tomado la molestia de preguntarse porqué. Sólo aceptaban esa quietud abismal. Nada había que valiera un recorrido por los intrincados senderos del bosque, excepto esa luz silenciosa, que cambió a un tono rojizo. Los antiguos pobladores, sesenta años atrás, habían escuchado gritos aberrantes una noche. Provenían de entre los arbustos lejanos, viajaban como sombras entre la vegetación. Por grupos, se internaron en la inmensa arboleda con sus herra

VHS

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Ellos me eligieron; sí… fui el confidente de Gabriel y Patrick para que expresaran, en un último aliento, lo que les había ocurrido. Fueron testigos de un fragmento de la realidad que, al ser tan perturbador e incomprensible, les dejó la mente destrozada. Ellos eran críticos de cine; aficionados, pero estupendos analistas. Sus ganas de estudiar las obras cinematográficas y escribir sobre ellas eran formidables: dedicaron desvelos y esfuerzo para informarse, asistieron a cursos y conferencias, entrevistaron a directores, actores y estudiantes. Y todo eso, en un principio, estaba bien.  Se dispusieron a explorar las producciones de bajo presupuesto: contactaron a los talentos emergentes para asistir a las grabaciones; compraron, como pudieron, lotes de películas olvidadas dignas de un análisis. Y todo eso estaba bien. Pero, ¡maldición, tenían qué encontrarse con aquella estúpida cinta! Cuando regresaron de aquel viaje ya traían ese VHS; lo habían encontrado en una venta d