Despedida

Nos pusimos a bailar. No nos quedaba de otra.

Abrazados en silencio, dimos vueltas interminables, ya incapaces de llorar. Sabíamos que nos estábamos despidiendo.

En esos minutos de horrible incertidumbre, existimos con desdén; temblamos tanto, balanceándonos, aferrados el uno al otro.  A nada más, porque nada quedaba del mundo más que nuestras consciencias vulnerables.

Las Entidades se encontraban al acecho; las advertencias habían sido tantas y escasos la acción y el instinto de supervivencia. El escepticismo de la humanidad estropeó la vida días atrás.

Supimos que esas ruinas eran nuestro único escondite, un refugio efímero; talvez nuestro escenario de muerte.

Fue inevitable percibirlo a la distancia. Ágiles, las Entidades Acechantes reptaban hacia nuestro sitio, con un crujido peculiar en el suelo. Invisibles para nuestros ojos, tomaban forma en el ambiente y nuestra imaginación las perfilaba.

Los muros sucumbieron. Se levantaron cortinas de ceniza y partículas humanas desprendidas por la crueldad. Las Entidades habían llegado.

Suspendimos en melancólica obediencia nuestro baile. Sin haber alcanzado a mirarnos a los ojos, nuestras mentes se plagaron con todos los motivos falsos que tendríamos para odiarnos.

Nos atacamos hasta destruir nuestros cuerpos, hasta reducirnos a minúsculos fragmentos, con esa brutalidad que atestiguamos los últimos días.

Pero no importó. Habernos pronunciado el Adiós nos hubiera destruido tanto que dejaríamos con hambre a Las Entidades Acechantes.






Por: Victor C. Frías


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