Para Ti - Parte V


V

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Agustín Ceniceros se frota la barba de candado, con el cabello revuelto por un creciente desconcierto. Él y dos de sus subordinados observan una pantalla de cincuenta pulgadas, reproduciendo por quinta vez la grabación de una cámara de seguridad doméstica, en que una escena luce tan antinatural, tan increíble.

En el principio, en la modalidad de visión nocturna, se ve a un joven profundamente dormido. La cama está en el centro de la pantalla, y la cámara graba con un ángulo desde una esquina del cuarto, con vista a las ventanas, que apuntan a la calle. Esporádicamente, el joven acomoda la almohada o se voltea. Así corre el temporizador de la cámara, sin cambios, hasta que hay un instante en que algo cruza por encima de la lente de la cámara, tapándola fugazmente.

Es una silueta grande que se desplaza por la pared, reptando. Todo queda de nuevo en paz, generando una escalofriante expectativa, hasta que los objetos en el suelo se mueven. Los zapatos del joven se apartan de donde estaban, por acción de una fuerza invisible. La mochila, al pie de la cama, es lanzada hasta quedar fuera de la vista.

Pasan más segundos inquietantes, y la cama comienza a hundirse en varias zonas, y las sábanas se deslizan para descubrir el cuerpo del muchacho. Y en el fenómeno más aberrante, se va solidificando una silueta encima de la cama.

Los detectives, ansiosos y sudorosos, ponen toda su concentración en los detalles. Efectivamente, es la silueta indudablemente definida de un hombre enorme, de proporciones bestiales, con cuatro brazos, cuatro piernas, y dos cabezas, que emergen de un colosal torso.

Cuando se consolida aquella forma, los detectives, en concordancia respecto a lo que ven, atestiguan la brutal escena en que los cuatro brazos se concentran en el cuello del joven, y lo estrangulan violentamente. Las extremidades humanas tiemblan ante aquel peso inamovible de la silueta, sin poder agitarse de desesperación.

La muerte aparenta ser muy rápida. Al estar confirmada, los tres espectadores se quedan atónitos y con un dejo de impotencia. Los tres sostienen sus respectivas tablas de fibracel con hojas amarillas, para empezar a tomar nota de lo que acaban de ver, pero se interrumpen al notar que la silueta desconocida se consume en un extraño fuego que no se dispersa, y se desmorona para volatilizarse en la noche.  

La última y más impresionante observación en la grabación es que, a pesar de estar en modo nocturno, el cuello del joven luce claramente más largo, como si la columna vertebral hubiera sido recorrida sin piedad. La grabación se detiene, y los interrumpe el timbre del teléfono.

-Detective Ceniceros, ya están documentados los análisis que pidió para el caso del joven Marcus. El analista solicita comentar los resultados en su presencia y con la mayor discreción posible –recita la voz de la recepcionista del Departamento de Policía, a través de la bocina del teléfono del escritorio.
Agustín Ceniceros hace la señal a sus compañeros de que se retiren para continuar investigando; oprime el botón del teléfono, diciendo “Que pase a la brevedad”.

Inhala con fuerza, resopla y se abre el botón superior de la camisa azul marino; se limpia el sudor de la frente con las mangas, y se acomoda el cabello usando los dedos como peine. Se deja caer en su butaca y sujeta su taza para café, con la intención de darle un sorbo, pero está vacía.

Después de tocar dos veces, el Analista recibe el permiso para pasar. Lleva consigo un sobre tamaño oficio con rondana roja. Se asegura de cerrar bien la puerta, y con sorprendente destreza, logra colocar todas las persianas de la oficina para bloquear las ventanas. Cuando la privacidad es la necesaria, le tiende la mano a Agustín.

-Buen día, mi nombre es Hugo, y soy el Químico encargado del análisis de esta peculiar muestra –Agustín corresponde el apretón de manos, y le señala el asiento.

-Espero se haya logrado una buena toma de muestra. La madre del difunto ordenó a la agencia funeraria que no dispusiéramos del cuerpo por tanto tiempo, y se mostró reacia a que descubriéramos la verdad, porque, cualquiera que fuera, era una verdad atroz –afirma el detective.

Hugo extrae numerosas hojas del sobre, y se coloca unas gafas para lectura que lleva colgadas al cuello, plegadas debajo de la camisa.

-Parecía una muestra ordinaria de concreto y ceniza, con un predecible perfil inorgánico, pero al mostrarnos ustedes el video del asesinato, no pude evitar someterla incluso a análisis biológicos. Y he aquí el resultado –Hugo experimenta un leve temblor en las manos. Está tan nervioso como Agustín.

-Soy todo oídos, Hugo. Sabemos que la información no será lógica para ninguno de nosotros –el detective le solicita al invitado que proceda.

-Estas páginas son los primeros resultados. Efectivamente, se detectan sustancias como sílice, carbonatos y minerales de hierro, componentes del cemento. Además, hay elementos de los que quedan después de una combustión, como Fósforo y Calcio. Sé que es usual que los jóvenes se vayan a dormir con la misma ropa que han llevado todo el día, y habiendo recolectado partículas del ambiente que puedan contener estas especias químicas tan comunes. Sin embargo, desechamos esa hipótesis porque la muestra era muy abundante, y estaba específicamente concentrada en el cuello.

-Gracias a la evidencia del video, se pudo descartar eso –dijo Agustín, a lo cual asiente el Químico, que se dispone a sacar las siguientes hojas.

-Este otro análisis es el más interesante. Estos son gráficos que nos muestran qué especies químicas se encuentran presentes. ¿Reconoce estas cuatro que forman un patrón?, ¿Adenina, Timina, Citosina y Guanina?

-Correcto. Hay ADN en la muestra. ¿Pero de quién, de la madre, del mismo joven? –inquiere el detective, sin poder escapar de las opciones más obvias. Hugo le muestra dos hojas más.

-La primera hoja es el del occiso. La segunda hoja corresponde a la madre. Esta que le muestro desde el inicio tiene diferencias muy marcadas. No puede tratarse de un familiar. Está en proceso de investigación la identidad de ese misterioso agresor, si acaso es un ser humano, como lo demuestra esto. Todo es tan confuso. Lo dejo a su criterio, detective –el Químico empaquetó de nuevo las hojas, amarró la rondana y entregó con gesto solemne el sobre a Agustín, para retirarse intranquilo.

-¿Cuándo acabará el proceso para descubrir de quién es el ADN extraño? –preguntó el detective antes de que se girara la perilla de la puerta.

-Un par de días. Los registros son extensos. Pero muy confiables, se lo aseguro –Hugo le dio finalmente la espalda, para respetar el hermetismo que habían creado para el asunto.





“Seré tan Real como tus ojos lo quieran. Dame un rostro como el que quieres ver cada mañana al despertar. Seré la verdad de tu vida, si me llevas contigo hasta encontrar la sincronía con los latidos de tu corazón, hasta palpitar por mi cuenta. Habla de mí como lo has hecho siempre, así me harás caminar a tu lado con la frecuencia necesaria, hasta que sientas el calor abrasador que soy capaz de darle a la frialdad que tanto has recibido del mundo” decían las páginas que Darya tuvo el valor de leer en última instancia, cuando se acercaba a paso vacilante a la ubicación del local de la librería, para hacer la definitiva devolución de ese príncipe azul de tinta y papel. Aquellas últimas líneas eran un “¡No te vayas, por favor!” para sus ojos.

No podía soportar la auténtica sensación de despedida, la única en su vida que estaba por marcarla. El adiós que se sentía como un golpe del que quedar convaleciente era la menor de las consecuencias. El resto del camino se llevó el libro abrazado contra sus pechos. Lo sentía respirar como una criatura desamparada y enfermiza dejada a su suerte contra las hostilidades del mundo. Pero, como dijo Letizia, y quizá tenía razón, era sólo un libro; y la criatura vulnerable era la misma Darya.


Al estar por fin, “por su bien”, irremediablemente dispuesta a quedarse espantosamente sola, se detuvo en seco. Se enjugó las lágrimas que le nublaban el presente. Estaba ya en el sitio. Pero estaba en ruinas. En la destrucción más inexplicable y súbita, que no dejó más que escombros cenicientos.




CONTINUARÁ...



Por: Victor C. Frias






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