El gato rayado

Maullaba con suavidad el gato rayado, el que descansaba
sobre el techo de mi vecino, y yo lo contemplaba cuando me
iba a meter a la cama. Mi casa es de dos pisos. La de al lado,
de una planta.

La noche que no lo escuché, me asomé a la ventana, 
para ver si estaba. Un hombre indistinguible, sentado al borde, 
lo acariciaba. Los ojos del minino, abiertos y redondos,
no se movían.

Me quedé pasmado ante la imagen que invadía mi
privacidad, pero no hice más que observar, a cortina abierta.
Tras quedar brevemente atrapado en las caricias al felino,
noté el movimiento del hombre. Se detuvo.

Volteó hacia mi, sin definirse sus facciones en la negrura.
Era una sombra. Me saludó con gesto pueril, agitando la mano,
y correspondí.

A la noche siguiente, no resistí la curiosidad, y seguí con 
la costumbre, para descubrir que el hombre y el gato me miraban,
sentados a la orilla del techo.

También me saludó con una mano. Y luego levantó el otro
brazo, para saludar con ambas, pero la segunda manga
estaba vacía.

Viví el terror de saber lo que estaba sucediendo,
cuando sentí la sombra de cinco dedos
sujetarse a mi tobillo. 





Por: Víctor C. Frías


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