La segunda prenda


Entraron a la lujosa habitación. Ella se puso detrás del biombo y le invitó a sentarse. El aroma a vainilla de una vela saturaba el olfato. Él fingía hojear paciente una revista; imaginaba cómo la anfitriona se desvestía y dejaba sus formas al aire, para coronarlas con una ardiente lencería.

Vio el vestido rojo descansar fragante encima del separador. Se percató de que era igual de excitante ver la prenda sin el cuerpo.

Se escuchó el rumor de los tacones que acentuaron aquellos glúteos durante el baile. Junto a la sensual tela, se posó otra, de color beige. Era, tal vez, más larga. No se la había visto puesta antes de llegar.

Él se levantó al sentir el silencio adormecedor. Con morbo, se acercó de puntillas y tomó el vestido, para aspirar la seducción profunda.




Y era momento de examinar la segunda prenda, de descubrir su hechizo. Se sentía plástica, tersa, e incluso una fragancia sumamente íntima se percibía en ella. Era idéntica a su humor tan excitante. ¡Maldición, esa Dama lo traía loco!

La frotó en su cara, y vio los detalles tan impresionantes... tuvo que extenderla frente a él para encontrarle la forma.

Se dio cuenta horrorizado de que se había frotado un ombligo contra la mejilla. El rostro estaba aplanado e irreconocible. Las extremidades, más planas que un cinturón.

Cayó rodando la peluca, con ese sonido insustancial que le erizó hasta el vello más recóndito. Arrojó esa piel extraña al suelo, y empezó a preguntarse qué le observaba desde el resquicio entre las bisagras, del otro lado del biombo.


Por: Victor C. Frias


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