El espectro de la soledad


Tras haber leído la serie de dulces halagos, ella entornó los ojos, al encontrarse ante una frase delatora.

“Te he visto en la tina, Lorraine… qué delicia”

Se ruborizó. Sin embargo, atrapada en la tentación de esas letras fantasmales, decidió dejarse llevar por las páginas del diario.

Era indudable… él estaba vivo, y le hablaba desde un sitio desconocido, con una intensidad que le estremecía como un suspiro en el oído.

Le decía:

“He sido testigo de tu humedad hastiada; del torrente de deseos que te recorre hasta la recóndita intimidad. He estado ante ti, viendo cómo oprimes los párpados y te recluyes en ti misma, en busca de la culminación.

Te he notado aburrida y ansiosa. Juegas una carrera contra el placer, en la que tú le persigues, incansable. Las pocas veces que ganas, no pescas un resfriado; sales vestida y realizada, con tus sueños en las manos”.

Lorraine lloró por un momento, en la exposición de su verdad más profunda. Sus pulmones no lograron al principio tomar un respiro reconfortante, pero se restableció ante esa manera que él tenía de entenderla.

Ya nada en sí misma era un secreto. Menos aún cuando leyó la confesión más siniestra de ese hombre, o ente, o fantasma, o quienquiera que fuera al que había invocado con ayuda de su amiga Letizia, en su hogar reciente, el Departamento 304.

“No es tu desnudez exquisita la que me enloquece; son tus penas absurdas. Malinterpretas la soledad, detestas tu vida por ella. La concibes como algo por lo que debieras de sentirte culpable, y no estás para permitírtelo. Además, he estado contigo todo este tiempo, sólo que etéreo e imperceptible.

He observado que tu imaginación ha querido moldearme a su modo mortal. Irradias esas implacables ansias por estar ante mí. Hay una manera: me verás con claridad desde el fondo de la tina llena de agua, cuando te recuestes y abras los ojos, conteniendo la respiración por un tiempo.

Sólo te advierto que soy muy hermoso... tanto que no querrás salir más a tomar aire. Esa es mi maldición, ya que a mi hambre de amor has entregado tus desvelos y crisis. Tienes mi total enamoramiento y mi conciencia absorta. Es el motivo por el que sigo errante entre el mundo de los vivos y el de los muertos.

Jamás descansaré en paz cometiendo ese crimen, el del amor fugaz y prohibido por ser tan puro. El amor es un verdugo que aguarda por nuestra vida en la eternidad.







Por: Victor C. Frías



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