La mitad benévola


El orbe azul se extravió y dejó de guiarla a través del tiempo. Ella supo entonces que le restaba un último viaje. Estoica y testaruda, eligió el destino inequívoco: el origen insondable… donde la Nada reposaba, intacta y pacífica.

Y ahí estaba por fin, erguida sobre un suelo nulo, desplazándose sin saber qué buscar ni qué hacer para cumplir su misión. Le envolvieron la ingravidez y una ausencia arrolladora.

Se lo reiteraba: se quedaría ahí, costara lo que costara, para impedir en el momento justo el nacimiento del mal. Tuvo una sensación similar a la de haber esperado una eternidad, un tiempo difícilmente discernible, si acaso existía el tiempo… y lo vio.

El orbe había aparecido en la lejanía, como simulacro de un amanecer, y ella pudo vislumbrarlo, maravillada. Sin embargo, se percató de que era sostenido por una mano, escuálida y con venas dilatadas. Había una anciana extraña sentada entre lo invisible, ataviada con una túnica humeante, sin expresión en los pliegues de su rostro.

No cabía duda: esa anciana era la creadora, la suprema antecesora. La visitante de la Nada se preguntaba qué pudo haber corrompido a la vieja, qué pudo haber pensado para permitir toda la desgracia de la que ella provenía con dolor.

“O talvez tú ya eres maligna por naturaleza, creadora…” señalaron sus pensamientos, y se arrojó contra la antigua mujer, para golpearla con toda la fuerza de la que era capaz.

En el silencio inconmensurable, se escuchó la rapidez de una maniobra defensiva, que frenó el golpe y sujetó el brazo de la joven. Provenía de una entidad, detrás de la anciana. El fulgor del orbe, en un principio débil, empezó a pulsar, y reveló el rostro de la criatura y su cuerpo humanoide, putrefacto e incompleto.

Fluctuaba la iluminación del entorno. Aterrada ante la inesperada intervención, la joven quiso usar el otro brazo para ejecutar un segundo golpe, pero fue incapaz de hacerlo. En la luz azulada pudo ver la falta de la extremidad, y de una de sus piernas. La criatura soltó su brazo y susurró algo al oído de la mujer sentada.

La viajera perdió el control y, tras la impresión fatal de haber visto su cuerpo fragmentado, se dejó llevar por la inmensidad, derrotada. En aquel susurro, la mitad maligna de sí misma, acompañada por el orbe al infinito, acababa de persuadir a la anciana de crear el mundo.






Por: Victor C. Frias




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