Fulgor desde el bosque
Seis décadas después, el peligro
en el bosque aparentaba haber cesado. La extraña plaga dejó de habitar la memoria
de los pueblos aledaños; ya los testigos más jóvenes habían muerto y sus
descendientes vivían en paz, con la mente tranquila… hasta que apareció ese
brillo, emergiendo entre los troncos profundos, y una nueva curiosidad los
llamó.
Ya no había vida ahí, entre las
altas copas. No se escuchaba el rumor de las cigarras ni un crujir de hojas
áridas. La fauna había desaparecido en esos terrenos siniestros, y nadie se
había tomado la molestia de preguntarse porqué. Sólo aceptaban esa quietud
abismal. Nada había que valiera un recorrido por los intrincados senderos del
bosque, excepto esa luz silenciosa, que cambió a un tono rojizo.
Los antiguos pobladores, sesenta
años atrás, habían escuchado gritos aberrantes una noche. Provenían de entre
los arbustos lejanos, viajaban como sombras entre la vegetación. Por grupos, se
internaron en la inmensa arboleda con sus herramientas para cosecha, y después
de dos horas, la mitad volvió.
El único de los sobrevivientes
que se atrevió a contar lo sucedido mencionó esos gritos inhumanos que le
ordenaron matar a sus compañeros. Densas sombras se le acercaban y le
intimidaban, le agitaban por dentro. Dijo nunca haber sentido ese impulso tan
bestial, esa agresividad más allá del instinto, que le quiso controlar como una
marioneta. El esfuerzo por resistirse a la obediencia y por correr hacia afuera
del bosque fueron un costo menor que el de la demencia que lo llevó al
suicidio, al terminar su relato.
Los demás decidieron colapsarse
en el silencio, para no esparcir entre sus familias la ansiedad terrible que
sintieron hasta el final. Era mejor así: llegar a la tumba con el secreto
convulso entre los labios. Dejar que la muerte se llevara esas visiones
ominosas en su gélido silencio.
Los descendientes decidieron
investigar también. Esta vez no volvió nadie para relatar la experiencia. El
fulgor, ahora de un rojo intenso, se extinguió después de esos gritos
desgarradores, en que sus últimos alientos fueron arrebatados.
Por: Victor C. Frias
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