Influencia maligna



El policía estaba convencido de que aquella mujer era especial; tanto que le cambiaba el semblante al verla en cada escena del crimen, paseando, por casualidad. Llegó a verla en la dulce ensoñación, en los comienzos de semana en que las tragedias estaban a la orden del día. Le causaba un pueril sonrojo saber que ella le veía en acción y saludaba.

“Ella, siempre tan oportuna para alegrar el día” pensaba el policía. Pero tal fue su sorpresa cuando la vio tendida en la camilla, estremeciéndose y fuera de sí, señalado hacia la acera. Una figura idéntica a ella, con su atuendo de costumbre, estaba quieta, rodeada de gatos callejeros.

Un rojo rubí le inundaba los ojos. Seguía presumiendo su influencia maligna. Él, sin remedio, la reconoció mejor que a la afectada.





Por: Victor C. Frias


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