El luto de Gilbert


"Gilbert, amigo mío, ven a verme", decía el mensaje de Vincent; al leerlo fue inevitable sentir la súplica implícita.

Después de mirarse los zapatos por un rato prolongado, angustiado, con un nudo en la garganta, Gilbert acudió con su lealtad en alto.

La reja de la entrada estaba abierta. Coronas de flores adornaban el jardín frontal. Gruesos listones llevaban escritos los apellidos de las familias que las entregaban.

El día era húmedo y sombrío, e incluso el interior de la casa se veía neblinoso. La indiferencia del luto ajeno lo relegó a una visita discreta.

Recargada en un rotafolios, la última fotografía de Vincent le seguía con la vista, con agradecimiento.
Se acercó al ataúd soportando el golpe de la resignación.

"Descansa en paz, hermano del alma" dijo Gilbert al cadáver, con amargo cariño.

Era horrible ver las facciones de su amigo, faltas de su irreverencia y energía.

No sería jamás capaz de asimilar esa ausencia, esa pérdida tan repentina.

Ni mucho menos comprendería cómo había llegado ese mensaje a su teléfono; esos caracteres que ya no tenían una razón de ser y que le habían orillado a la depresión más aborrecible.

Perturbado y sumido en desolación, volvería a casa, para mirarse los zapatos por un rato prolongado, angustiado y con el nudo de la soga en la garganta.

En su cíclica agonía, recibiría un mensaje en su teléfono: "Gilbert, amigo mío, ven a verme".





Por: Victor C. Frias


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