He vencido
Mis manos luminosas revelan lo
que tengo sometido: el monstruo al que había perseguido por tanto tiempo. Me
muestra por primera vez sus pupilas vulnerables, suplicantes.
Lo tengo por el cuello,
devolviéndole sin piedad ese daño que me ha dejado el alma llena de cicatrices.
Mis falanges incandescentes le
oprimen con brutalidad las vértebras cervicales hasta pulverizarlas.
Se desvanece, de forma tan
paulatina como su intrusión. Por fin... he vencido.
Era la Depresión... el monstruo
más temible al que me he enfrentado. Recuerdo haber sentido su garra sujetarme las
entrañas.
Siempre diré que fue inevitable,
¿sabes? Era invisible, pero lo sentías en cada cosa que hacías, en todo lo que
habitaba el mundo.
Te mutilaba las expectativas. Te
amputaba las ganas de vivir... las que tenías en la cima y ostentabas como un
elegante sombrero de copa.
Cada vez que abrías los ojos
sentías la molestia de estar vivo, la carga de sonreír por que sí, cuando te
ahogaba el vacío.
Era inclemente; te esforzabas
pero tu andar se ralentizaba y temías detenerte.
La Depresión era querer llegar a
la otra costa del lago que se vuelve más profundo, y el invierno lo va
congelando hasta amarrarte al fondo con sus manos de escarcha.
Los demás nadaban en aguas
cálidas y se erguían sin la menor agitación en tierra firme.
Cuando llegabas a pisar la orilla
finalmente, exhausto y moribundo, resultaba que habías tenido el mismo mérito
que todos... era tan indignante la pequeñez de tu lucha, y decidías infinitas
veces deshacerte de Ti mismo.
Pero no lo lograbas. Había
monstruos peores, los que querían que siguieras siendo miserable y los
alimentaras por mucho más tiempo, hasta una decrepitud que ni la muerte, por
indiferencia, es capaz de clausurar.
Pero he vencido. Y por eso tengo
un propósito: una eterna cacería de monstruos, voraz y determinada, hasta que
el mismo abismo me tema.
Por: Victor C. Frias
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