Sólo una mirada

Debajo de la cama. Ahí encontró ella al único ser capaz de conocerla sin juicios. La noche que él la llamó por su nombre, ella pasaba por un momento difícil. Decidió no sentirse asustada y responder, pues le aterraba más sentirse sola.

Sus primeros contactos fueron cuando él le acariciaba los pies al levantarse. Dejó de ser extraño después de haber conversado en la penumbra y dormir tomados de las manos. Ella llegó a confiar y a tenerle aprecio.

Supieron que llegaría ese momento: el de verse frente a frente. Más que un acuerdo, fue una petición de él. Le propuso a ella que le regalara sólo una mirada, y no le pediría más; volvería debajo de la cama para siempre si así lo prefería.

El tenía una fealdad incomprendida que necesitaba ser contemplada por la nobleza de una vida, por una mirada cálida que borrara las atrocidades que habitaban su memoria.

Ella accedió. Apagó la luz y se recostó. Cerró los ojos y sintió cómo la cama era oprimida por la ligera presencia, que se deslizaba encima de ella. Sintió el roce gélido del cuerpo sobre sus piernas.

Cuando la sensación se tornó irresistible, sintió ese aliento frío encima de ella, dándole la señal. Abrió los ojos y se encontró con el rostro.

Su corazón se detuvo ante esa desnudez fantasmal, cubierta de sangre, y las cuencas vacías que, aunque llenas de amor, no habían sido nunca humanas.

Pero no importaba... ahora ambos habitarían ese mundo propio debajo de la cama.




Por: Víctor C. Frías

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