Los niños condenados

"Otro suicidio. Sólo llegó a adulto joven. Desconéctenlo" dijo el pequeño científico.

El cuerpo laxo y pálido del niño fue sacado de la cápsula, en la que llevaba dieciocho años durmiendo, con la mente insertada en la simulación.

Hacía un siglo, en el mundo de la infancia interminable, donde nadie crecía ni envejecía, comenzó a haber episodios delictivos y de un desorden intolerable.

Entre los más antiguos, la edad empezó a ser un símbolo de sabiduría y poder, y con ello el ejercicio de la justicia no se hizo esperar para mitigar la vacilación de esa sociedad.

Habían sucedido crímenes brutales, primitivos, y una condena a la medida llegó oportuna.

Los corrompidos serían encapsulados por años para vivir la desesperación de la mortalidad, en una vida de infancia, pubertad, adolescencia, edad adulta, vejez, decrepitud y muerte. Todo estando conectados a un simulador.

Los que cometían fechorías menores, recibían condena hasta la edad adulta, y al cumplirla eran extraídos para seguir con la sempiterna puericia.

Sin embargo, estos últimos volvían perturbados, con el único deseo de morir, de dar fin a su tormento. Se abrió el primer internado para ellos, los irremediables.

Fue la única manera de alcanzar la paz... una paz frágil en la que todos los niños obraban artificialmente, por temor a ser castigados con la pubertad y los infiernos posteriores.

Aquel día fatídico, en que el ejercicio del poder era ya imponente, los niños más antiguos se reunieron para llegar a la resolución: el exterminio.

Insertaron a toda la población en las cápsulas. Y henos aquí.



Por: Victor C. Frias

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