El retrato de la Srita. Darling

Enmarcada en áureo lujo, la imagen de la señorita Darling, de dieciséis años, conquistaba a los visitantes de alcurnia.

El gran salón tenía un aura transformadora para quienes pisaban dentro. Era quizá por la intensa mirada de la joven, inmortalizada al óleo por un ilustre pintor. Tenía un poder que se extendía hasta los ventanales.

Les dejaba maravillados esa vibrante cabellera, cobriza y ondulada, que caía suave en el sobresaliente busto. Un vestido verde esmeralda decoraba su feminidad.

Era apremiante tener su presencia cerca, disfrutar de su hermosa juventud, conocer la voz que fluía entre esos labios seductores, la elocuencia que inspiraba ese gesto latente que tan bien plasmaba el óleo.

Y las visitas se retiraban para no volver, sumidas en la melancolía y el horror, al enterarse de que la pintura extraordinaria era una obra post-mortem.

¿Cómo habrá sido en vida, si así ya irradiaba tal grandeza?

Los más fuertes visitaron la cripta, acompañados de los padres y un sacerdote. El cuerpo se conservaba en un ataúd de cristal, intacto e intimidante, de perturbadora belleza. Había algo siniestro, insoportable, en su dormir persistente.

A aquellos que han soportado la impresión, se les ha hecho saber del ritual, de aquel pacto que la había arrebatado de este mundo. Su belleza hipnótica había tenido un costo.





Por: Victor C. Frias


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