Testamento

-Es impresionante. Juraría que le he leído un pensamiento.

El abogado miraba fijamente la pintura del anciano. Había en ese bastidor una mirada auténtica, detalles inmortales.

-A mi padre le gustaba lo mejor.

El anfitrión entregó el documento. El testamento del hombre retratado.

-De acuerdo, ya lo reviso... ¿puedo? -el abogado señaló la butaca ante el escritorio para sentarse. El otro hombre asintió.

-El pintor era tan talentoso que se suicidó al terminarla.

Un estremecimiento gobernó el estudio, y el visitante se incorporó tras ser largamente incapaz de dejar de mirarla. Dio un suspiro vacilante, y comenzó con la revisión.

El heredero abandonó el estudio, con ojos dilatados y respiración inestable, como impaciente.

Después de una hora inmerso en la lectura, el abogado percibió ese aire cargado de barniz y pátina, frescos e invadiendo el pergamino.

Un peso sobre su hombro se volvió imposible de ignorar...

"Yo no he dejado ningún testamento. ¡Que se jodan!" gritó el anciano, esa figura distorsionada que había emergido en la textura del óleo, acosando la cordura del visitante. 

El estudio estaba en llamas cuando el anfitrión volvió. No había testamento, ni quién acabara de revisarlo. 




Por: Victor C. Frias


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