Jefe Anónimo

Cuando su vida llegó al punto más miserable y ya no tenía nada qué perder, Eustace decidió tomar la oportunidad que llegó de improviso.

Se trataba de un volante que se había estampado contra su cara durante una de aquellas caminatas sin propósito. 

"Gana lo que deseas cumpliendo sencillas tareas. Requisito: tienes que estar dispuesto a todo" decía el papel.

Un sonido de forcejeo le distrajo. Dos jóvenes se agarraban a golpes en un callejón. Caminó despacio para atestiguar finalmente que uno había muerto en la golpiza.

El ganador se levantó, paranoico, guardando los puños sangrantes en los bolsillos de su chamarra.

Se preguntó vagamente de dónde provenía el volante, y así se percató de infinidad de copias pegadas a los postes de luz con cinta para empaque.

El volante contenía un número telefónico local, al que de inmediato llamó. Le respondió una voz electrónica, dándole la primera instrucción.

Debía encerrarse en su departamento, sentarse en el centro exacto y, a oscuras, pronunciar unas palabras que el mismo empleador le había mencionado. El tono más sombrío que había escuchado nunca.

No comprendidas pero dichas a la perfección, esas palabras generaron una atmósfera inquietante. Se sentía una presencia más en el interior de esas paredes.

Concluida la tarea, y con el celular aún en la oreja, Eustace escuchó que tocaron a la puerta. Y en el silencio del auricular llegó a escucharse: "Tu primer pago. Gracias".

No había nadie afuera. Sólo un grandioso fajo de billetes de la más alta denominación.

Las demás tareas fueron igual de incomprensibles, pero él siguió recibiendo la remuneración tan puntual y misteriosa. 





Notó que conforme avanzaba, las tareas ponían más a prueba su calidad moral. Sin embargo, el sentimiento más oscuro fue el de la paulatina desaparición de su sensibilidad.

Llegó a sentirse más ansioso cada vez. Perseguido, atrapado entre miradas que le señalaban y deseaban todos los males creados e imaginados. 

La voluntad se le iba escapando de control. Y combinada con esa inquietud que le corroía el alma, sucedió la última llamada: "Esta es la Tarea Final" dijo la voz electrónica, imponente.

"Ve a la Cafetería del Centro... ¿ves al hombre de capucha?" Eustace asintió en automático.

"Llévatelo al callejón de atrás y golpéalo hasta que no puedas más. Esta es tu Prueba. Lo más importante: conserva contigo el volante de tu contratación" fueron instrucciones confusas.

Así lo hizo.

Tomó a un hombre cabizbajo con cabeza cubierta, sujetándolo por los brazos, casi tropezando a la salida de la cafetería.

Lo colocó frente a sí, en posición de pelea, y al verlo cara a cara se le heló la sangre. Sólo piel. No había rostro. Retrocedió con ganas de huir, pero era mayor su afán de completar la Tarea.

Inundado por el miedo, arrojó los golpes más torpes, que le hicieron fracasar y caer de espaldas sofocado. Inmóvil por el dolor, sintió que el hombre sin rostro escudriñaba en sus bolsillos.

Encontró y tomó el volante. Y así pudo ver Eustace en aquel llano de piel la formación de sus propias facciones, sonriéndole con crueldad.

El enemigo entró a la Cafetería de nuevo, inmutable, sereno.

Eustace se incorpora entre hedores de putrefacción y charcos de agua de desecho. En uno de éstos ve reflejado su rostro borrado, vacío.


Por: Victor C. Frias


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