Museo de Historia

El muchacho se apartó del grupo para dejarse asombrar por la reliquia mejor protegida. 

"No Tocar", leyó. Esbozó una sonrisa ante ese cristal blindado que impedía todo contacto.

"La guerra más antigua de la que se tiene registro no fue entre humanos" decía la leyenda.

Se exhibía una armadura esbelta, ligera, de una apariencia tan oscura, como si hubiera sido carbonizada en el fuego solar.

El joven sentía que la luz se extinguía en su superficie; que quedaba ciego al mirarla. Era fascinante.

Una espada de agudos contornos descansaba, ominosa, recostada junto a la armadura. No hacía falta tocarla para percibir la agresividad cortante de su hoja.

Pasmado, quitó de su camino los cordones que delimitaban la exhibición. Cuando quiso contemplar más de cerca, la armadura empezó a despedir un humo sutil que empezó a saturar el contenedor cristalino.

El muchacho no se permitió la retirada. Cuando había tanto humo que el vidrio blindado se volvió turbio, se escuchó el estallido, que lo embistió hacia una espiral vertiginosa de sonidos, colores y eventos.

Despertó sofocado, empuñando la espada y ataviado en la armadura. Guerra y Catástrofes fragmentaban ese mundo ancestral. Gritos bélicos resonaban en la inmensidad. Lo recordaba todo. Su juramento de regresar para corregir la derrota.






Por: Victor C. Frias


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