Infancia

"¿A dónde vas?", pregunta el niño con estómago estremecido.

"A recuperar el tiempo. A conseguir lo que siempre quise para Mi. A buscar una infancia propia digna de recordar".

El adulto lo desdeña con frialdad, mirando al horizonte. Las lágrimas gobiernan la cara del infante. La boca le tiembla de inquietud.

Las maletas están en el umbral. El jovencito se aferra a la mano mayor.

"¿Qué será de Mí cuando te vayas?" pregunta el pequeño.

"Nunca ha sido nada de ti, inútil. Nunca fuiste capaz de Nada. Todo te dio Miedo y por eso he fracasado".

"¡No importa cuántas cosas no hicimos, estando juntos todo estará bien!"

"¡Ya basta! ¡No quiero recordarte y saber que esos años pudieron haber sido mejores! ¡Detesto los años desperdiciados!"





Se queda en silencio, cabizbajo, ya incapaz de ser conmovido por los vítreos ojos del niño, menos rojos aún que los suyos, anegados de añejo tormento.

Suelta las maletas y se acerca con brazos abiertos. Engaña al niño con un abrazo, para atraparlo en su enfurecido esfuerzo por estrangularlo. 

La pequeña garganta gime unos instantes, y el cuerpecito cede. El hombre lo mira con asco, y lo arroja al suelo, para patearlo con todas sus fuerzas, hasta hartarse... hasta desfigurarlo.

Y al dar la espalda se percata del sonido burbujeante en el piso, del hedor a descomposición, de las manos infernales que emergen para hundir al demonio destruido.

Y así se fue el Hombre, liberado, con la Evolución más reconfortante y prometedora, pero sin un mínimo atisbo de la razón de su presente.



Por: Victor C. Frias



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